"Soy la mayor de diez hermanos. Mis padres, ella analfabeta, quisieron que todos estudiáramos. Pero a los 12 años me casaron con un hombre mayor que mi madre, un profesor", cuenta Fatimata Mbaye, activista y primera mujer abogado de Mauritania, quien hoy se define como "una mujer madura".
"Nací en un poblado, pero me he criado en la ciudad en Nuakchot, donde vivo. Estoy divorciada y tengo tres hijos y cinco nietos. Estoy licenciada en Derecho y tengo un máster en Derecho Privado. Lucho por la igualdad de oportunidades. Soy musulmana", relata en una entrevista con La Vanguardia.
-A los 14 ya tenía una hija. Hoy el matrimonio precoz está prohibido, pero sigue realizándose.
-¿Cómo fue su experiencia?
-Terrible. Sufrí violaciones y maltrato continuo. Cada vez que me fugaba, mis padres me devolvían a casa del marido porque esa es la tradición. Pero le pusieron la condición de que yo siguiera estudiando, y eso me salvó.
-Su marido ¿era alcohólico?
-No, la violencia contra la mujer es lo habitual. Él era bueno con mis hijos. Cuando los dejé, mi pequeño tenía dos años. Por suerte han crecido y hoy entienden lo que yo viví.
-Qué manía con pegar a las mujeres.
-El matrimonio con niñas, incluso a los 8 años, es para que el marido la moldee a su gusto a base de palos. Tenemos un proverbio: “La mujer a la que más se ha pegado es la que más ama a su marido”. Las niñas crecen con violencia y cuando se casan, aguantan y callan.
-A usted, de niña, ¿le pegaban?
-No, por eso pude luchar. Pero estoy rodeada de mujeres inteligentes, diplomadas, a las que cada día su marido les pega y no lo dejan porque es vergonzoso, porque no podrán volver a casarse, o por no dejar a los hijos.
-¿Cómo consiguió ser libre?
-Un tío materno me ayudó, y volví a casa de mis padres convertida en la vergüenza de mi familia. Pero me aferré a lo que me dijo un profesor: “El día que conquistes la independencia económica serás libre”, así que estudié y estudié.
-Estudiar Derecho debió de ser una odisea.
-Todos mis tíos se oponían y la familia de mi marido me hizo la vida imposible. Pero desde primaria siempre fui la mejor de la clase y eso hizo perseverar a mis padres.
-En casa de su marido, ¿nadie la apoyaba?
-No. Fueron muy mezquinos. Mi cuñada llegó a llevar a mi bebé a la escuela y acusarme de abandono para que me expulsaran, pero el director cogió al bebé y se lo llevó a mi madre.
-Menuda bruja, la cuñada.
-Una gran fuerza interior me hacía continuar. Recién parido mi tercer hijo me levantaba a las tres de la madrugada y con él atado a la espalda cocinaba para todos mientras estudiaba. Luego, mi marido cogió una segunda esposa.Aumentó mi desgracia, era una persona más a la que atender. Yo me encargaba de la casa, la compra, hacer la comida...
-¿Cuántas chicas había en la facultad?
Había 150 varones y 10 chicas, ninguna terminó. Siendo ya abogada, pronto descubrí que la lucha para cambiar las cosas es larga y dura porque las mujeres no quieren denunciar porque eso significa quedarse solas, en la calle. Poco a poco la sociedad civil nos vamos organizando para ayudarlas, pero en el campo es terrible.
-¿Por qué terminó en la cárcel?
-Pasé tres temporadas, en total cinco años, por defender los derechos de las mujeres y luchar contra la esclavitud desde la asociación por los derechos humanos que presido.
-¿Qué esclavitud?
-En Mauritania hay personas propietarias de otras personas. En 1981 se abolió la esclavitud pero ni un solo esclavo fue liberado.
-¿Cómo fue su experiencia en la cárcel?
-Salí más fortalecida. Me tocó profundamente ver como los guardas abusaban de las mujeres.
-¿Usted se libró?
-No de la tortura. Pero no me callaba nada, les daba a los guardas la comida que mi familia me enviaba si dejaban de abusar de mujeres. Fue una experiencia muy fuerte, pero aprendí muchísimo. Vi todo lo que las personas son capaces de hacerle a otro semejante.
-¿Qué ha comprendido?
-Necesitamos instituciones que pongan en valor al ser humano, es inaceptable que alguien tenga esclavos y decida sobre su vida y su muerte, la mayoría mujeres y niños, porque las mujeres no abandonan a su gente, y si escapan son muy vulnerables.
-¿Están consiguiendo que se juzgue y se condene a algún esclavista?
Se han creado tribunales especiales, pero los magistrados son los primeros que tienen esclavos. En Mauritania sólo somos tres millones de habitantes y todos nos conocemos, sabemos quiénes tienen esclavos, no sería difícil acabar con esto si hubiera voluntad.
-Entiendo.
-También luchamos por una ley específica contra la violencia machista. Las violaciones y asesinatos de mujeres van en aumento, pero hoy las familias en la ciudad apoyan a las hijas que empiezan a atreverse a denunciarlo. Es el ámbito institucional el que no funciona, porque los que se ocupan de la justicia son los hombres.
-¿Qué ha aprendido de su propia vida?
-Que nunca se debe cerrar los ojos ante la miseria de los otros, y siempre se tiene que escuchar aunque no se pueda cambiar la situación, porque muchas mujeres, al no ser escuchadas ni comprendidas, deciden acabar con su vida.
-Si las mujeres nos uniéramos, los abusos dejarían de existir.
En mi última conferencia en Mauritania una mujer se levantó: “Todo lo que ha dicho está muy bien, pero la mujer seguirá siendo mujer y está bajo el dominio del hombre”, dijo. La mentalidad de las mujeres también debe cambiar.
Por Ima Sanchís/ La Vanguardia